[Los] museos tendrían muy poca utilidad para la educación fundamental si sólo pudieran ofrecer el espectáculo de sus colecciones, sobre todo si éstas no pudieran ser apreciadas más que por un visitante entendido. Aunque algunos museos se ajustan todavía a esta concepción estereotipada, en los últimos años se ha producido una rápida evolución. En muchos países, los museos no pueden seguir considerándose como santuarios reservados a los entendidos o a los especialistas, sino que se dedican activamente a revisar sus sistemas de exposición y sus relaciones con el gran público. Como resultado de ello cada día desempeñan un papel más importante en materia de educación general. No obstante, es probable que muchos educadores ignoren aún las posibilidades que les ofrece la utilización de los nuevos métodos» (UNESCO, 1956)
La misión educativa que deben tener los museos ha sido uno de los factores más analizados y resaltados desde su renovación en el último tercio de siglo. En la segunda postguerra europea, la preocupación pedagógica y la acción cultural en países como Estados Unidos constituyeron en muchos sentidos la punta de lanza de la ruptura formal que se produjo en estas instituciones e impulsaron hacia el futuro un nuevo diseño de participación del público.
Cada vez son más los museos que entienden que deben ofrecer a los visitantes recursos para interpretar las obras que albergan, sin embargo, todavía hoy existen instituciones que no ofrecen apenas materiales de interpretación ni recursos de aprendizaje estructurados para los visitantes. Si bien se encuentran numerosos escritos relacionados con los estilos expositivos y los recursos interpretativos, poca investigación se ha realizado sobre el modo en que los educadores de museos enfocan la mediación entre las obras y el público y las nociones de interpretación que subyacen en sus prácticas educativas.
Para algunos el área de educación es “la entidad responsable de la planificación, realización y evaluación de los programas educativo-culturales que se impartan en o desde el museo”. Otros profesionales hacen hincapié en las diferencias entre la educación escolar y la que tiene lugar en los museos, y exponen que la acción educativa museística debe realizarse de modo diferente a la que se lleva a cabo en la escuela, donde se imparte una enseñanza sistemática, oficial, reglada, jerárquica y orgánica. A medida que se iba incrementando la oferta educativa, y el departamento de educación era una constante en los museos, se fueron desarrollando una serie de materiales de apoyo para la enseñanza: fichas didácticas para los alumnos –hoy día vigentes en algunos museos, algunas de ellas desfasadas-, maletas didácticas para los educadores, reproducciones de piezas específicas, y un largo etcétera.
Por otro lado, algunos museos mantienen esa postura arcaica en la que no es necesario mediar entre las obras y los visitantes, pues la propia exposición de las mismas es un medio educativo más que suficiente. Con este pensamiento los museos toman un cariz elitista, cuyo público sea lo suficientemente culto, instruido y formado como para conocer, sin ayuda alguna, lo que se encuentra detrás de cada pieza. Del mismo modo estos museos se convierten en esos museos-almacenes, inertes y sin valor divulgativo. Los museos que actúan de esta manera justifican su decisión aludiendo a dos argumentos diferentes: el primero está relacionado con la opinión de que las obras hablan por sí mismas, y que un encuentro con ellas basado en la contemplación, el silencio y la admiración es suficiente y educativo per se. El segundo argumento tiene que ver con la opinión de que el museo debe ser un lugar de erudición, de creación de conocimiento experto, dirigido a connaisseurs; en este caso se considera que los recursos que acercan la colección permanente a los visitantes no hacen más que vulgarizar el conocimiento experto. Sin duda alguna este es un pensamiento desfasado que no alcanza más que a retrasar la fisonomía de los museos.
Ricard Huerta nos ofrece una evolución de los museos desde sus orígenes hasta el siglo XX. De este estudio podemos tomar los cambios que han sufrido las intenciones educativas en los museos:
Tal y como se observa en la tabla anterior, los museos nacen con la intención de educar al ciudadano, pero no es hasta el siglo XIX cuando este objetivo se consolida en forma de departamento. Respecto al siglo XXI, Ricard Huerta nos habla de tres tipologías de museos –nuevamente se seleccionará lo que concierne a la labor educativa- que conviven al mismo tiempo:
De todo esto se puede deducir que principalmente se encuentran dos vertientes educativas en los museos que se posicionan totalmente antagónicas: un modelo tradicional y uno emergente.
Teniendo en cuenta todos los razonamientos expuestos por los diferentes estudiosos del tema, de igual forma se puede establecer un parangón entre la educación en museos y el texto de Jacques Rancière (El espectador emancipado, 2010). A pesar de que insistentemente se ha querido ver a la obra de arte como un hecho cerrado en sí mismo, como un elemento del devenir histórico o como una producción creativa, en lo que a la educación en museos se refiere, el objeto artístico puede ofrecer un diálogo fructífero con el espectador. Si partimos de la premisa de que el museo es un espacio de encuentro con uno mismo y la colectividad, un ámbito de reflexión, de preguntas y búsqueda de respuestas; así como podemos entender el arte como un vehículo de expresión emocional e intelectual, no hay museo sin espectador. Pero, ¿realmente el museo necesita espectadores, o necesita participantes? La visita guiada sin posibilidad de cuestionamiento ni análisis supone para el visitante una barrera que imposibilita el aprendizaje, posicionándolo en este caso en la ignorancia por no saber qué desconoce ni cómo puede evitarlo. En este caso el espectador se mantiene al margen, inmóvil y pasivo. En palabras de Guy Debord: “Cuánto más contempla, menos es”. Se debe practicar un paradigma emergente en el que el educador haga partícipe al visitante, dejando de ser un espectador nato y pasando a la experimentación. No se trata de emancipar al espectador, sino de reconocer su actividad de interpretación activa. Así se pasa del simulacro al aprendizaje.
¿Es el museo guardián del conocimiento? Conforme a todo lo interpretado hasta el momento, sólo tiene cabida una respuesta afirmativa. El museo es un espacio de educación no formal, que debe estar atento a las necesidades educativas particulares de cada visitante. Pese a que la educación en museos nace entre los siglos XVIII y XIX, en el siglo XXI no se ha definido ni reconocido como profesión, cada museo la pone en práctica de manera particular, y no existe una globalización de técnicas, métodos, ni materiales. Con todo esto, este discurso se reafirma en que a la educación en museos le queda mucho camino por recorrer.
Fuentes de interés:
Acaso López-Bosch, M. (Coord.) (2011). Perspectivas: situación actual de la educación en los museos de artes visuales.
Alonso Fernández, L. (1993). Museología: introducción a la teoría y práctica del museo.
Arriaga Azcárate, A. (2008, abril). La interpretación de las obras de arte en las actividades educativas de los museos.
Debord, G. (2012). La sociedad del espectáculo.
Rancière, J. (2010). El espectador emancipado.
UNESCO (1956). Las técnicas de los museos en la educación fundamental.